jueves, 5 de marzo de 2015

MI HISTORIA - BELKYS MARCANO





Un breve recuento en mi vida laboral











 
El inicio
                                                

   

En el año 1978, en plena transición de mando, ingresé como empleada pública, aún no había asumido el Dr. Guzmán la presidencia de la República, lo cual significa que llegué antes que él. Todavía estábamos gobernados por el Dr. Balaguer. Esperaba respuestas a varias solicitudes de trabajo cuando, en mi casa se  recibió una llamada telefónica de Margarita Jana Tactuk, para decir que debía presentarme a trabajar al Departamento de Revisión de Recaudaciones de la Dirección General de Rentas Internas.

A los dieciocho años de edad ya tenía mi primer trabajo. Sentía una mezcla de euforia y nerviosismo, porque a pesar de haber cursado el bachillerato en un liceo comercial donde había aprendido mecanografía, taquigrafía, contabilidad, y demás. No tenía ninguna experiencia al respecto y no sabía a lo que me enfrentaría.



La ilusión y la expectativa

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Al llegar al edificio de la Institución sentí una enorme emoción. Ya antes había pasado por allí y había visto la majestuosidad de su estructura y había comentado con mi familia y mis amigos el magnífico lugar donde trabajaría. Me sentía privilegiada, porque no todo el mundo tenía la suerte de obtener un empleo y menos como ese. Las expectativas desbordaban toda imaginación en torno al ámbito laboral que me aguardaba. Más tarde vendrían los ajustes que imponen la realidad.

En una de las entradas laterales del edificio, pregunté al vigilante por Margarita, quién era la Encargada del Departamento de Contabilidad de la empresa. Allí me dirigí y ella me recibió con la amplia  sonrisa que la caracteriza, conduciéndome  a la Sección  de Revisión de Recaudaciones.


La llegada






En el cuarto piso, con vista a la calle Leopoldo Navarro, ahí estaba, un espacio rectangular, con dos filas de escritorios a todo lo largo, y tres al frente. El encargado, Don Tiburcio, un señor de unos treinta y nueve o cuarenta años de edad; pelo gris y pasos lentos, del cual me enteré que era Licenciado en Letras, de las pocas personas entonces que coincidía con mi carrera universitaria, tenía su asiento al centro. A mano izquierda, cerca de la única puerta que había, estaba Calíope Deyanira, su asistente. A su  lado derecho estaba una figura pequeña de mujer de nombre  Evelin, era la secretaria, y de quien guardo buenos recuerdos por su empatía y amistad. Los tres miraban de frente a los demás empleados




detrás y a la izquierda de las dos hileras de escritorios habían colocados anaqueles metálicos que contenían paquetes de papeles en folders, así como libros con los las informaciones financieras que se ordenaban trimestralmente. 

El temor y la incertidumbre



Ya en la puerta, Margarita me presenta con don Tiburcio, un señor de unos treinta y nueve o cuarenta años de edad; pelo gris y pasos lentos. Se acercó y le extendió mi nombramiento. A seguidas, luego de saludar y despedir a Margarita, encomendó mi aprendizaje a doña Ligia.
Antes pude observar una cantidad de papeles, empaquetados y separados con banditas de gomas, estaban dispuestos unos sobre otros en cada escritorio, y apenas permitían ver los rostros de los empleados que se ocultaban detrás de ellos. Algunos me miraban con caras de circunstancias pero sin dejar de teclear sus máquinas sumadoras  con una habilidad impresionante, sin mirar siquiera la rapidez de la labor que ejecutaban  sus dedos. Sentí pánico. En un solo instante, imagine pensamientos de compasión en aquellas miradas que parecían descalificarme para desempeñar una labor reservada para seres de otro mundo, con dotes especiales.

 Mi dulce y paciente mentora

 




Y es en este punto, a partir de este momento   que intentaré describir en esta breve historia, ha sido el motivo de mi recuento, porque ha dejado una agradable huella en mi memoria para siempre. El dulce trato y la amabilidad dispensada por doña Ligia, convirtieron en poco tiempo mi terror inicial en tan sólo  la inseguridad normal, de quien está frente a una experiencia desconocida.
A pesar del tiempo transcurrido, su memoria sigue fresca como el primer día.  De figura delgada y estatura baja, de pelo corto, canoso y rizado. A pesar de su edad, unos cincuenta y tantos años,  sus movimientos eran ágiles y suaves a la vez. Me inspiraba la seguridad y la confianza que proyectaba. Llevaba largos años de labor en la institución. Como muchas de sus compañeras, mayores igual que ella, habían sido transferida a diferentes colecturías y posiciones, por lo cual había acumulado mucha experiencia y conocía al dedillo el manejo de la empresa. Esto en parte, era el producto de los muchos cambios de administraciones que le toco vivir durante su vista laboral allí. Todos le profesaban el merecido respeto que había ganado por su correcto proceder, lo cual le otorgaba autoridad y liderazgo ante los demás, incluyendo el mismo encargado del departamento.
La sorpresa, la motivación y el resultado final

El programa de entrenamiento que se aplicaba por lo regular, durante dos a tres meses, lo aprendí en tan sólo tres días.  Recuerdo aun la sorpresa de don Tiburcio y de mis compañeros. Escuché a don Tiburcio preguntar: Ligia, ¿Estés segura que ya puede comenzar el trabajo? Y ella respondió, -Estoy segura.


Con el tiempo he reflexionado y llegado a la conclusión de que este acontecimiento en mi vida laboral se debió a dos factores: a la disposición que adopté desde el primer día del entrenamiento: a veces me sorprendía a mí misma despierta a las tres de la mañana, repasando en la memoria cada explicación, por temor a la humillación por incompetencia, lo cual representaba una enorme motivación al esfuerzo de aprender.




Pero, a lo que más he atribuido el éxito de este  resultado, fue las frases puntuales de aliento y seguridad que doña Ligia utilizaba para motivarme y para infundir la seguridad que yo necesitaba para comprender tolo lo que necesitaba saber en el entrenamiento para desempeñar mi tarea. Luego de eso, al momento de recibir mi trabajo diario, escuché en susurros que decían, -Vamos a darle a la nueva las colecturías más grandes. Ya luego sabría a qué se referían.


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